¡Soy el Presidente, que...voy...!
Así jugaba con el menor de mis hijos. Yo simulaba ser un toro bravo, poniéndome las manos en las sienes y estirando los índices para emular la cornamenta de una res salvaje. Mi hijo se reía sin parar y me animaba. Sí, me sentía recompensado e importante. Es cuando preparaba la carrerilla y al grito de "¡¡¡Soy el Presidente, que...voy...!!! me lanzaba en pos de mi adorado. A veces Ana nos espiaba tras la puerta, sonriendo con satisfacción, sabedora que padre e hijo construían ese inexplicable vínculo indestructible. El tiempo ha pasado y me encuentro solo, mi hijo ha crecido y está trabajando en EE.UU., ese gran país, ayudado por personas eficaces y desinteresadas. ¿Cómo se sentirá George?. El sabe qué significa estar solo, con la única compañia de sus asesores. ¿Y si le llamo por teléfono?. Seguramente le apetecerá charlar conmigo. Siempre le ha gustado. Lo haré. Que voy.
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